Columna Diario de Campo

Centralismo Electoral

Luis Miguel Rionda (*)

 

El día de hoy tiene lugar en el auditorio Mateo Herrera del Forum Cultural Guanajuato, en la ciudad de León, una audiencia libre para recibir propuestas para la reforma electoral que está cocinándose en la comisión presidencial ad hoc que conduce Pablo Gómez. Con ese pretexto comparto una reflexión sobre el mal del centralismo electoral que padecemos.

Ninguna reforma electoral puede ignorar el orden político de corte federal que se dictó para nuestro país desde la constitución fundacional de 1824, ratificado por la constitución liberal de 1857 y la revolucionaria de 1917. El federalismo concebido como esquema de convivencia entre los diversos, los disímiles, que comparten una identidad nacional que los unifica pero con particularidades que los diferencian, incluso los separan. Para lograr esa unidad en la diversidad, los ideólogos liberales del viejo y del nuevo mundo concibieron el federalismo, en particular los padres fundadores de la democracia en los Estados Unidos de América: James Madison, Alexander Hamilton y John Jay, en sus famosos papeles federalistas.

En México tuvimos también nuestros padres fundadores del federalismo. Fueron Miguel Ramos Arizpe, Lorenzo de Zavala y el guanajuatense José María Luis Mora. Muchos otros pensadores, políticos y activistas participaron en el impulso federalista mexicano, que reconoció que ni la Nueva España ni el naciente México se conformaron como un todo unitario, pues siempre se basaron en la diversidad y la multiculturalidad. La constitución de 1824 reconoció esa realidad, y con el respeto a las particularidades regionales garantizó la unidad nacional durante su vigencia.

El federalismo ha tenido sus ventajas y sus desventajas para México. Pero sin duda ha posibilitado un régimen de respeto entre las entidades y el centro político nacional. Esto ha incluido al modelo electoral, que se mantuvo fuertemente descentralizado hasta 1946, cuando se “federalizó” el control electoral del padrón, el registro de partidos, de candidaturas, y los mecanismos de emisión y cómputo de votos.

Desde esa fecha, cada nueva reforma político-electoral ha reforzado la centralidad en el desarrollo de las elecciones locales y federales. Tanto que la reforma de 2014 creó el Sistema Nacional Electoral, regido por el recién creado INE, que redujo el papel de los órganos electorales locales a simples ejecutores de los acuerdos emanados de la autoridad central. Pero esto fue un mal menor, si recordamos que el Pacto por México de 2012 contemplaba la desaparición de esos órganos locales para que sus funciones fueran asumidas por el nuevo INE.

De nuevo se cierne la misma amenaza sobre el federalismo electoral. Se habla de la inminente desaparición de los mal llamados OPLE, para crear un leviatán megacefálico que absorba todos los procesos electorales y de consulta ciudadana, ignorando las contrastantes realidades regionales para imponer criterios generados desde una burocracia central. De concretarse, se trataría de un error histórico, una regresión hacia el centralismo que nos hizo perder Centroamérica, Texas y medio territorio.

(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda